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04 septiembre, 2010

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(...) tided up with strings.


Me gusta el viento cuando da de frente y no tengo que respirar a conciencia, el aire entra solo -como Pedro por su casa-. La playa es el mejor lugar para tener esa experiencia, aunque ciertamente, me ha sucedido en otros dos lados. La Torre Latinoamericana y el cuello del Iztacíhuatl. Por otro lado, la montaña o te seca, sientes agujas de heladísimas perforándote, y, sinceramente, en la Ciudad de México el aire siempre me causa estornudos. Sin duda, el mejor lugar es la playa porque es comodísimo, el airé es calientito (si estás entre Cáncer y el Ecuador, que es el caso de la mayoría de las playas mexicanas) y humedo con su típico olor salino.


Siempre-siempre me pregunto, si será ese el mismo aire que rozó miles de mejillas distintas, volteó cientos de paraguas, que tiró millones de sombreros. Si trae perfumes, ideas, si es mío o tuyo. Siempre-siempre me pregunto si es el mismo aire el que a veces parece enojado, si es exactamente el mismo aire que vaga por toda la tierra recolectándonos, robándonos vida y piel. Siempre-siempre me pregunto.


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