Datos personales

16 mayo, 2010

La caza. ( Fragmento )

I

-¡Córrele cabrón!- le digo a Roma mientras corro unos pasos adelante de él, nos acabamos de salir de una casa abandonada en La Condesa. Para nuestra mala suerte, está amueblada aún y tenía un vigilante. Nunca robamos, sólo entramos a casas abandonadas, nos damos una vuelta, vemos que hay en las gavetas, en los cajones, en los closets, es pura curiosidad, las casas nos gustan. Tenemos varias teorias, alguna dice que las casas deshabitadas de algún u otro modo siempre están habitadas, otra dice que si existe diferencia entre las abandonadas y las casas viejas solitarias. A veces cuando nos metemos vienen con nosotros Junio y Veinte, o sea que somos cuatro; Roma, que la hacía de cerrajero, Junio que es nuestros ojos, Veinte, que es nuestra conciencia y quién piensa siempre en frío, y yo, Voz, que organizo las salidas, las entradas, el transporte y preveo situaciones imprevistas. Tenemos apodos desde que en una incursión nos oyeron hablándonos por nuestros nombres y como era la tercera casa en la misma colonia a la que nos metíamos en el mismo mes casi nos agarran porque los veladores nos oyeron las dos primeras veces, la tercera vez la policía nos estaba esperando y con un megáfono nos gritaron por nuestro nombre desde afuera. La verdad es que no nos gustan las salidas forzadas, preferimos que no nos noten, pero ese mes estuvimos torpes y nos apresuramos a meternos, por suerte siempre planeamos bien nuestras fugas, es lo único que nos ha salido siempre bien, hasta ahora.

Estamos corriendo, cada quién con una lámpara de mano apagada, los coches que pasan sobre la calle alumbran y des-alumbra por doquier, estamos en la Avenida Alfonso Reyes, corriendo por el camellón que está en el centro de la calle, a punto de llegar a la Iglesia que está en la esquina de la calle Irapuato y la Avenida Tamaulipas. Cada Huida tiene un Escondite, que es algún lugar cercanos a no más de tres cuadras a la redonda, donde pudiéramos estar dando la apariencia de haber desaparecido de la zona, digo, porque la huida en coche es muy predecible, aparte nadie tiene uno propio y de notar las placas llegarían fácil a nuestros papás. El escondite de esa vez era la Iglesia, antes de irnos a meter a la casa forzamos la chapa de la puerta y, como son viejas y de madera, se botan fácil y sin hacer ruido con solo hacer palanca. Lo único que siempre debíamos asegurarnos es que no nos sigan al escondite, porque entonces si estábamos perdidos.

Corrimos bien rápido, nadie nos siguió, llegamos a la Iglesia, nos metemos, cerramos la puerta y lo que es más difícil en todo el proceso es, al entrar, contener la bendita respiración para que si hay alguien dentro no nos oiga respirar como locos. Lo malo de las iglesias es que siempre son frías y muy obscuras.
-¿Roma, estás bien?, te pegaste bien feo.- digo entre una risita nerviosa.
-Si, pinche Voz, dejaste entreabierta la reja, seguro por eso nos vieron.- me contesta y pega la oreja a la puerta para ver si alguien nos venía siguiendo.

1 comentario:

  1. Pues ya ponlo completo no?
    Me quedé picado.
    :)
    ¡Vientos Jorge!
    Deberíamos llevar a la realidad el cuento.
    hahaha.

    ResponderEliminar